La parentalización de un niño ocurre cuando la jerarquía entre padres e hijos cambia, de modo que es el hijo quien se ocupa de tareas que los cuidadores deberían asumir. Desde el cuidado de hermanos o las tareas de casa hasta cuidar, calmar a sus padres o, incluso, ejercer de árbitro en las discusiones de estos. Así, el niño se convierte en el encargado de satisfacer las necesidades físicas o emocionales de los cuidadores. Y para ello sacrifica las suyas (jugar, relacionarse con otros niños, etc.) y asume una responsabilidad mayor de lo que le corresponde por edad y madurez.
¿Cuándo se da la parentalización de un niño?
No suele ser algo consciente y es frecuente, sobre todo, en familias disfuncionales donde los roles y las jerarquías entre sus miembros no están bien definidas. No es extraño que uno o ambos progenitores fueran en su día niños parentalizados y, a la hora de formar su propia familia, repitan ese patrón con sus hijos sin darse cuenta.
También se da en casos en que los padres han vivido situaciones traumáticas en su infancia que no han llegado a sanar o en progenitores que sufren algún trastorno mental (depresión, trastorno de personalidad narcisista, trastorno histriónico, trastorno límite de la personalidad, etc.).
A menudo, los padres proceden de familias con apego desorganizado y ellos mismos carecen de autonomía, no soportan la soledad, son emocionalmente inestables o experimentan gran ansiedad ante cualquier tipo de separación. Así que buscan en sus hijos el amor que no tuvieron y un apoyo externo para tratar de mantener su propia autoestima.
La inversión de roles también puede ser consecuencia de algún hecho traumático que se viva en la familia. Por ejemplo, una muerte cuyo duelo no se ha realizado de manera adaptativa. Sería el caso de un hombre que se queda viudo e, incapaz de superar la muerte de su esposa, convierte a su hija en su sostén emocional: "Ahora que mamá ya no está, tendrás que ayudarme con las tareas de casa y con tus hermanos". Y la niña, ansiosa por obtener el amor y la aceptación de su padre, acepta ese papel. Esto también ocurre cuando los padres se separan y uno de los hijos pasa a asumir el rol del progenitor que ya no está en casa. En ambos casos, los adultos buscan una manera disfuncional de recuperar el equilibrio perdido.
En otras situaciones es el niño el que asume el papel de "protector". Por ejemplo, en situaciones de maltrato o en caso de enfermedad de uno de los progenitores.
También, tener algún tipo de adicción impide a los padres cumplir con la función que les corresponde. En familias en las que hay un progenitor alcohólico, por ejemplo, es habitual que uno de los hijos adopte el papel de padre/madre frente a sus hermanos y, en ocasiones, el de cuidador del progenitor alcohólico y/o el de apoyo del no adicto para que la familia no se desintegre.
Consecuencias de la parentalización en la vida adulta
-Baja autoestima. Al estar pendiente de las necesidades de los padres, el niño no puede desarrollarse emocionalmente al ritmo que le corresponde y esto afectará negativamente a su autoestima. Se convertirá en un adulto con un excesivo temor a no cumplir expectativas de otros. Un adulto que nunca se sentirá suficiente, que se comparará con los demás y siempre saldrá perdiendo.
-Problemas para manejar la ira. Por no molestar o para no ser una carga, el niño no se atreverá a mostrar su propio malestar y lo que hará, en vez de exteriorizar su enfado, será inhibirlo. Disociará esa rabia y la dejará fuera de su consciencia hasta que acabe convirtiéndose en un resentimiento latente y oculto incluso para él. En estos casos es habitual que ocurran dos cosas. O, a partir de la adolescencia, esa ira saldrá de forma explosiva y el chico se volverá muy agresivo con los cuidadores, o el enfado permanecerá silenciado aun de adulto y la persona seguirá siendo incapaz de poner límites y defender sus necesidades.
-Idealización. Es normal que el niño sienta rabia hacia el progenitor que no le da la protección esperada y no satisface sus necesidades. Pero, como también lo necesita, inhibe todo sentimiento de ira hacia él, para poder seguir queriéndolo y permanecer cerca de él. Y para hacer esto, además de apartar de su mente sus propias necesidades, el niño se creará una imagen idealizada y parcial de su progenitor. Una imagen en la que este se muestra cariñoso, generoso, amoroso y merecedor de cualquier sacrificio.
-Tendencia a sufrir ataques de pánico. Lo normal es que las figuras de apego enseñen al niño a calmarse. El niño parentalizado, al no haber aprendido a regular sus emociones, vivirá con la sensación permanente de que algo malo va a pasar. Y de adulto la ansiedad se convertirá en su inseparable compañera.
-Dificultades en las relaciones. Es posible que la persona haya desarrollado un acusado miedo al compromiso y tema que formar una nueva familia supondrá una carga equivalente a la que le tocó llevar de niño. O piense que si se implica en una relación tendrá que estar al servicio de la otra persona. Y también puede suceder que se repita el patrón aprendido y el niño que fue parentalizado se convierta, de adulto, en cuidador compulsivo. Un adulto que establecerá relaciones de dependencia en las que anteponga las necesidades de los demás a las propias y busque, por encima de todo, ayudar y cuidar para sentirse merecedor del amor de la pareja, los amigos, etc.
-Síndrome del impostor. Al convertirse en el cuidador y apoyo principal de sus figuras de apego, el niño carga sobre sus hombros una responsabilidad imposible de asumir. Sin embargo, no atribuye esta dificultad a que es un niño y no puede cumplir las funciones de un adulto. Al contrario, siente que ha fallado a sus padres y nunca será lo suficientemente bueno. Y en su subconsciente, la falta de apoyo y de refugio por parte de aquellos así se lo confirma. Ya de adulto, habrá interiorizado esa inseguridad y no importará el éxito que alcance y cuánto le feliciten. Siempre tendrá la sensación de no ser tan bueno, tan inteligente o tan válido y de no merecer lo bueno que le pase.
Fuente: Belenpicadopsicologia
Se relaciona con toda persona que sacrifica su tiempo, su esfuerzo o dinero para resolver los problemas de otros, o salvar a una pareja o amigo. Una persona codependiente tendrá tendencia a entrar en relaciones con personas que tienen muchos problemas afectivos, sociales, familiares o financieros. El codependiente tiende a ignorar sus propios problemas.
Si vives con una persona dependiente de una droga, como del trabajo, o si estás siempre listo para ir al rescate de un tercero, sacrificando tu propio desarrollo; si te sientes responsable de todos y de todo porque los otros no se sienten responsables de nada, entonces puedes ser una persona codependiente.
Algunas señales de codependencia:
• Tendencia a pensar solo en el bienestar del otro, sin tener en cuenta las propias necesidades
• Un sentido exagerado de responsabilidad por las acciones de otros
• Tendencia a confundir amor con lástima, por lo tanto a "amar" a personas por las que puedas sentir lástima y rescatar
• Tendencia a implicarse con individuos con problemas psicológicos o indisponibles en el plano emocional
• Tendencia a hacer más de lo que corresponde, todo el tiempo
• Tendencia a sentirse herido cuando las personas no reconocen tu esfuerzo
• Una dependencia insana a las relaciones. El codependiente hará todo para permanecer en la relación, para evitar sentimiento de abandono
• Necesidad de aprobación y reconocimiento. Existencia que gira alrededor de las necesidades de su pareja y de su propia sed insaciable de amor, reconocimiento y aprobación
• Necesidad compulsiva de controlar a otros. Existe un intento de regular los sentimientos internos propios a través del control de personas, conductas y situaciones
• Falta de confianza en sí mismo y/o en otros
• Dificultad para identificar sentimientos
• Miedo de ser abandonados
• Rigidez y dificultad para ajustarse al cambio
• Problemas de intimidad y límites
• Enojo crónico
• Falta de confianza personal en toma de decisiones
• Confusión y sentido de insuficiencia
• Hipersensibilidad a la crítica
• Creencia de que otros causan o son responsables de tus emociones y elecciones
• Aislamiento y miedo a las personas
• Dificultad para disfrutar
¿Cuáles son las causas de la codependencia?
Familias cuyos padres son absorbidos por sus problemas y descuidan a sus hijos, limitándose a exigirles cubrir sus necesidades y demandas (las de los padres). Los hijos de estas familias tienen el reto difícil de aprender que sus propias necesidades son también importantes de atender y tienen el riesgo de suprimir sus necesidades y volverse adictos a cumplir el rol de ‘alguien que atiende a los demás (como funcionaba en su casa con sus padres)’. Por ejemplo, alguien que creció con un padre drogadicto o alcohólico, o quien experimentó abuso, negligencia emocional o la inversión del rol padre-hijo (en cuyo caso se espera que el niño cubra las necesidades del padre o de sus hermanos, asumiendo el rol paternal), puede desarrollar comportamientos codependientes, patrones que tiende a repetir en relaciones de adulto.
Fuente: Rogelio Argüello, R&A Psicólogos.
Las personas que lo padecen perciben que sus éxitos valen 0 y cualquier fracaso, por pequeño que sea, vale 2, y así es imposible que se sientan ganadores, merecedores o valiosos. Alcancen la meta que alcancen nunca es suficiente, creen que siempre se podría haber hecho o haber salido mejor.
Sienten el temor a no estar a la altura de las expectativas de los demás y de no llegar a los estándares cada vez más elevados que nos impone la sociedad actual. Esta patología se ha incrementado con el uso de las redes sociales ya que, para algunos, amplifica la necesidad de aparentar ser lo que a otros les gustaría que fueran y cada vez que aparentan se sienten más como impostores. Por otro lado, el uso de redes sociales amplifica más el miedo al juicio de los demás.
Quien padece el ‘síndrome del impostor’ vive como con el freno de mano puesto. Son personas que viven su vida con fatiga y mucho sufrimiento.
¿Quién sufre el síndrome del impostor?
Observamos que lo suelen padecer más las personas con tendencia perfeccionista, con tendencia a controlar las cosas para asegurarse que se cumplan las expectativas que tienen sobre ellos mismos y para cumplir las expectativas que creen que los demás tienen sobre ellos. Las personas que lo padecen suelen ir a consulta presentando estados de ansiedad o depresivos.
Cuando se alcanza el reconocimiento, entonces se sienten con más presión para alcanzar las expectativas que los demás tienen sobre ellos. Suelen entrar en crisis y piden ayuda.
Paradójicamente, cuanto más alcanzan sus expectativas de éxito, más empeora el síndrome.
Algunas señales del síndrome del impostor:
• Suelo infravalorarme respecto a lo que opinan los demás de mí.
• Suelo sobrevalorar a los demás en relación a mí.
• Siento que no soy suficiente o que nunca nada de lo que hago es suficiente.
• Siento que haga lo que haga estoy insatisfecho.
• Siento que tengo la autoestima muy baja.
• Siento que lo negativo en mí es cierto y que lo bueno de mí es dudoso.
• Si alguien me dice algo bueno sobre mí, suelo desconfiar (por ejemplo: lo dice por decir, lo dice porque le doy lástima, lo dice porque necesita algo de mí, etc.).
• Intento hipercontrolar todo para no fallar y, si no puedo controlarlo, no lo hago.
• Siento ansiedad por exponerme frente a los demás.
• Siento ansiedad frente al rechazo y al juicio de los demás.
• A menudo siento que no seré capaz de hacer algo y que entonces decepcionaré a los demás y me juzgarán negativamente.
• He renunciado a cosas por no sentirme capaz ni a la altura.
• La creencia de no estar a la altura ha hecho y sigue consiguiendo que evite hacer cosas.
Causas del síndrome del impostor:
• Haber sido objeto de numerosas críticas durante la infancia
• Traumas de la infancia, adolescencia o en el curso de la vida
Fuente: Julia Pascual, psicóloga (Barcelona, España).
La adolescencia ha sido definida, en sí misma, como un proceso de duelo, a dos bandas: por una parte, el joven experimenta la pérdida de la infancia y de toda una forma de estar “protegido” en el mundo, y, por otra, la familia que experimenta la pérdida del niño para dar paso a un proyecto de adulto.
El adolescente atraviesa un proceso de alejamiento de la familia, de diferenciación de la tribu y de acercamiento a los iguales. Hay en esta etapa una búsqueda de sentido coherente, integrado y estable de sí mismo, diferenciado de la identidad familiar.
Si una pérdida significativa interrumpe esta etapa, la transición a la edad adulta se complica, pues esa pérdida de una persona de referencia puede dificultar este proceso de independencia del adolescente respecto a la familia, dado que le hace sentirse responsable de los hermanos más pequeños o de las tareas de la casa. O, al revés: en algunos casos puede acelerarlo, provocando la huida del “nido” y el desentendimiento de un entorno familiar que hace revivir el dolor.
Durante la primera etapa de la adolescencia (12-14 años), a menudo el duelo produce una ambivalencia entre la tendencia natural a tomar distancia emocional de la familia y la necesidad de dar soporte y ayuda en el ámbito familiar. Esta dualidad dependencia-independencia (amor-odio) puede mostrarse en forma de comportamiento inconsistente, miedo a mostrar reacciones emocionales en público, necesidad de contacto con los amigos, incluso en momentos muy íntimos como en el final de vida, o también con comportamientos que podrían interpretarse como egocéntricos o egoístas.
En la adolescencia tardía (15-17 años), aunque persiste la ambivalencia, pueden ser capaces de balancear mejor las demandas propias y las familiares. El grupo de iguales acostumbra a ser el referente con relación al soporte emocional, aunque a menudo comentan la falta de comprensión por parte de los amigos de la situación vivida.
La respuesta emocional se estructura alrededor de estos cuatro ejes: tristeza, ansiedad, rabia y culpa. La adolescencia propicia por sí misma emociones y sentimientos profundos, extremistas y a flor de piel, lo que hace que muchas situaciones sean vividas con elevada intensidad. Pero es también la etapa en que las emociones se presentan de forma fluctuante y muy variable, donde un estímulo mínimo produce una respuesta catastrófica y con elevada preocupación, mientras que situaciones graves como un duelo puede parecer que no les afectan. Por ello, a menudo, las manifestaciones del duelo se presentan como respuestas exageradas ante situaciones mínimas, pero no necesariamente vinculadas a la pérdida.
El grupo de amigos será el “hábitat natural” en el que se pueda expresar, pero muchas veces y a lo largo del tiempo, con las dificultades asociadas a no querer ser diferente o “raro”. Es frecuente que, en el ámbito familiar, el joven “se encierre” en sus aficiones (música, juegos, series…) y le cueste compartir emocionalmente en casa.
La tristeza es el sentimiento más frecuente, pero de difícil expresión, y acostumbra a mostrarse en esta etapa, a menudo, en forma de irritabilidad. A veces, el adolescente teme romper a llorar, por si luego no puede controlarse o porque no quiere que los demás lo interpreten como un signo de debilidad. Persiste aún, de forma bastante arraigada en adolescentes chicos, la dificultad de manifestar las emociones en público, a veces propiciada por frases tan directas como “los hombres no lloran”, u otras en las que se añade una carga implícita como “ahora eres el hombre de la casa”.
La ansiedad puede aflorar en forma de inseguridad o de miedos, como ocurre con los niños más pequeños, pero más a menudo se presenta con síntomas como angustia, palpitaciones, ahogos o alteraciones del sueño, o como diferentes somatizaciones (dolor de estómago o cabeza…). Otra forma de expresión ansiosa es la hiperresponsabilidad, donde el adolescente intenta asumir el papel de “adulto” y hacerse cargo de obligaciones que no corresponden a su edad.
La culpa es una de las emociones más perturbadoras en el duelo y más difíciles de manifestar. Aparece en adolescentes, pero a diferencia del niño más pequeño en que acostumbra a ser irreal o mágica, en esta etapa acostumbra a tener componente real (haber salido todas las noches con amigos mientras su padre fallecía, no ayudar mínimamente en casa…).
La rabia aparece como un enfado hacia alguien en concreto (“a los médicos que no curaron”, “al progenitor superviviente”, etc.), o en general, hacia todo y todos. Puede expresarse con dificultades de comportamiento, absentismo escolar, conductas transgresoras, o incluso quebrantamiento de la ley. Muy ligadas a la rabia, puede aparecer toda una serie de conductas encaminadas a la búsqueda de situaciones límite, ya sea a través del consumo de tóxicos, conducción temeraria o conductas sexuales desinhibidas para evadir dolor.
Fuente: Adolescere
El trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH) es un trastorno mental que comprende una combinación de problemas persistentes, como dificultad para prestar atención, hiperactividad y conducta impulsiva. El TDAH en los adultos puede llevar a relaciones inestables, mal desempeño en el trabajo o en la escuela, baja autoestima y otros problemas.
Síntomas
Algunas personas con TDAH tienen menos síntomas a medida que envejecen, pero algunos adultos siguen teniendo síntomas importantes que interfieren en su vida diaria. En el caso de los adultos, algunas de las características principales del TDAH pueden ser dificultad para prestar atención, impulsividad e inquietud. Los síntomas pueden oscilar entre leves y graves.
Muchos adultos con TDAH no saben que lo tienen, solo saben que las tareas cotidianas pueden resultarles difíciles. Los adultos con TDAH pueden tener dificultades para concentrarse y establecer prioridades, lo que suele ocasionar que no cumplan con fechas límite y se olviden de reuniones o eventos sociales. La incapacidad para controlar los impulsos puede oscilar entre tener impaciencia al esperar en una fila o al conducir con mucho tránsito, y tener cambios de humor y arrebatos de ira.
Algunos de los síntomas del TDAH en adultos son los siguientes:
· Impulsividad
· Desorganización y problemas para establecer prioridades
· Escasas habilidades para administrar el tiempo
· Problemas para concentrarse en una tarea
· Problemas para realizar múltiples tareas a la vez
· Actividad excesiva o inquietud
· Escasa planificación
· Baja tolerancia a la frustración
· Cambios de humor frecuentes
· Problemas para realizar tareas y terminarlas
· Temperamento irascible
· Problemas para enfrentar el estrés
El origen de estos síntomas persistentes y perturbadores puede rastrearse hasta la primera infancia.
Fuente: MayoClinic.org
Es una afección de salud mental que algunas personas desarrollan tras experimentar o ver algún evento traumático. Este episodio puede poner en peligro la vida, como la guerra, un desastre natural, violencia, un accidente automovilístico o una agresión sexual. Pero a veces el evento no es necesariamente peligroso. Por ejemplo, la muerte repentina e inesperada de un ser querido también puede causar TEPT.
Es normal sentir miedo durante y después de una situación traumática. El miedo desencadena una respuesta de "lucha” o “huida". Esta es la forma en que el cuerpo busca protegerse de posibles peligros. Causa cambios en el cuerpo como la liberación de ciertas hormonas y aumenta el estado de alerta, la presión arterial, la frecuencia cardíaca y la respiración.
Con el tiempo normalmente la mayoría de las personas se recuperan bien. Pero las personas con TEPT no se sienten mejor. Se sienten estresados y asustados mucho después de que el trauma haya terminado. En algunos casos, los síntomas de TEPT pueden comenzar más tarde. También pueden aparecer y desaparecer con el tiempo.
¿Qué causa el trastorno de estrés postraumático?
Los investigadores no saben por qué algunas personas tienen TEPT y otras no. La genética, la neurobiología, los factores de riesgo y los aspectos personales pueden afectar si tiene TEPT después de un evento traumático.
¿Quién tiene más probabilidades de tener trastorno de estrés postraumático (TEPT)?
Usted puede desarrollar TEPT a cualquier edad. Muchos factores de riesgo juegan un papel en si tendrá TEPT. Estos incluyen:
Su género: Las mujeres tienen más probabilidades de desarrollar TEPT
Haber tenido traumas en la infancia
Sentir horror, impotencia o miedo extremo
Pasar por un evento traumático que dura mucho tiempo
Tener poco o ningún apoyo social después del evento
Sufrir estrés adicional después del evento, como la pérdida de un ser querido, dolor y lesiones, o la pérdida del trabajo o del hogar
Tener antecedentes de enfermedades mentales o uso de sustancias
¿Cuáles son los síntomas del trastorno de estrés postraumático?
Hay cuatro tipos de síntomas de TEPT, pero pueden no ser los mismos para todos. Cada persona experimenta síntomas a su manera. Los tipos son:
Volver a experimentar los síntomas (reviviscencia): Cuando algo le recuerda el trauma y siente ese miedo de nuevo. Ejemplos incluyen:
· Flashbacks: Le hacen sentir como si estuviera pasando por evento nuevamente
· Pesadillas
· Pensamientos aterradores
Síntomas de evasión: Cuando intenta evitar situaciones o personas que desencadenan recuerdos del evento traumático. Esto puede hacer que usted:
· Evite lugares, eventos u objetos que le recuerden la experiencia traumática. Por ejemplo, si tuvo un accidente automovilístico, podría dejar de conducir
· Evite pensamientos o sentimientos relacionados con el evento traumático. Por ejemplo, puede intentar mantenerse muy ocupado para evitar pensar en lo que sucedió
Síntomas de hipervigilancia y reactividad: Estos pueden causar nerviosismo o estar atento al peligro. Incluyen:
· Sentirse fácilmente sobresaltado
· Sentirse tenso o "al límite"
· Tener dificultad para dormir
· Tener arrebatos de ira
Síntomas cognitivos y del estado de ánimo: Consisten en cambios negativos en creencias y sentimientos. Incluyen:
· Problemas para recordar cosas importantes sobre el evento traumático
· Pensamientos negativos sobre usted o el mundo
· Sentir culpa y remordimiento
· Perder interés en cosas que antes disfrutaba
· Problemas para concentrarse
Los síntomas generalmente comienzan poco después del acontecimiento traumático. Pero a veces pueden tardarse en aparecer meses o años. También pueden ir y venir por muchos años.
Fuente: Medlineplus.gov